17 de junio de 2010

Aqua romana


Los ciudadanos romanos pagaban el consumo de agua a tenor del grosor de la cañería que abastecía sus casas. La picaresca consistía, aun a riesgo de ser multados, en cambiarla por otra de mayor diámetro, por la que discurría un volumen de agua mayor.

Roma supo administrar con maestría el agua, el oro de la antigüedad. Gracias a los acueductos, una de las obras más características de la ingeniería romana, las ciudades disponían de un suministro continuo. Las aguas residuales se vertían a una red de alcantarillado que finalizaba en las cloacas, en cuya desembocadura se ponía una reja para impedir el paso a la ciudad, ya que los pasadizos tenían la altura suficiente para que un hombre pudiera caminar.


Las casas se calentaban con glorias, un sistema de calefacción a base de agua caliente que se distribuía por el suelo de las habitaciones mediante tuberías. Un invento que ha sido muy popular en Castilla y del que proviene, en una de sus acepciones, la metáfora “estar en la gloria” aludiendo al bienestar.

Aunque los romanos conservaron los sistemas de regadío anteriores a su llegada, fueron creando otros nuevos. Así los pantanos, cuya finalidad fundamental era el aprovisionamiento de agua a las ciudades, también se utilizaron para el riego. En Mérida se conserva una de las presas romanas más antiguas de España, la presa de Proserpina, hoy reconvertida en lugar de descanso al que acuden los emeritenses.

Además de la importancia económica y social de la utilización del agua en Roma, existían con otros usos culturales y sanitarios relacionados con la religión, la ornamentación o la medicina.

De todos ellos tratará el curso Aquae Antiquae. El agua en Roma que tendrá lugar en Mérida, una singular ciudad que posee un conjunto arqueológico declarado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO y un espléndido Museo Nacional de Arte Romano.

En Mérida del 5 al 9 de julio.

Sol Polo